La destrucción de la construcción

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La destrucción de la construcción nada conserva, solo ambiciona su enriquecimiento insaciable, en vez de crear confort y dignidad, crean desigualdad y destrucción.

Por Santiago Ibáñez | Colaborador | Opinión |

Llegamos a Chía hace 30 años cuando éramos 47 mil habitantes, un perímetro urbano que se podía vivir a ciegas, donde todos nos saludábamos. Las veredas eran rurales con potreros sembrados de hortalizas, maíz o papas y controvertidos viveros de flores.

El aire era puro, comprábamos las verduras en la siembra, los huevos en el gallinero, los abarrotes en los pocos supermercados, todo podíamos hacerlo en bicicleta con la seguridad del respeto por el ciclista.

Hasta que la gran metrópoli, asfixiada en su caos, extendió sus tentáculos e impuso las políticas de negocio programadas para la sabana. Con la pretensión de convertirla en otro desastre urbano y económico como Soacha o Suba. Donde las grandes constructoras atacaron por todos los frentes, hasta convertirlos en barrios marginales, devastando la ecología. Tal como vi en Bogotá, secar el lago Gaitán donde se remaba y compartía y en vez de desarrollar un punto atractivo, lo secaron para urbanizarlo. 

Viví como secaron el humedal de la 127, como el río Tunjuelito donde se recogían piedritas de colores, de canto rodado, lo convirtieron en cloaca, igual que el río San Francisco llamado río Vicachá que significa “El resplandor de la noche”. La destrucción de la construcción nada conserva, solo ambiciona su enriquecimiento insaciable, en vez de crear confort y dignidad, crean desigualdad y destrucción.

El norte de la sabana cayó en sus garras, los potreros agrícolas cambian las lechugas por ladrillos, las laderas de los montes en conjuntos VIP, amenazando los resguardos indígenas, cumpliendo las órdenes mercantilistas sin visión de buen vivir, ni crear identidad, ni convivencia. 

Pueblos que recibían su riqueza y estabilidad del agro, de la artesanía, se convirtieron en barrios, y Chía, que obtiene sus recursos de impuestos al comercio, a la salud, a la construcción, vende la tierra y el aire. 

Aquí se negocian con las grandes urbanizadoras, los derechos para construir donde y como les dé la gana, modificando las normas a su antojo, sin infraestructura de vías convirtiendo el tráfico en un despelote metropolitano, sin redes sanitarias y las de comunicación generan un paisaje de telarañas indescifrables.

Por eso hoy somos 160.430 habitantes, y… Contando, porque vemos un gran número de emigrantes atraídos por la oferta de vida sana, pero se desilusionan fácilmente ante una realidad poco campestre con construcciones gigantes de 11 pisos, un tráfico endemoniado, y agudizando la diferencia de estratos, entre campo y ciudad, campesinos y ciudadanos, entre ricos y pobres, indígenas y citadinos.

La causa del fenómeno es una maquinaria muy bien aceitada, desde la colonia donde el desamor por esta tierra desato el fin de la armonía. La mentalidad era saquear, tumbando bosques para tirar cemento, secando ríos tirando asfalto, política enquistada en los altos cargos públicos, desde las sucesivas presidencias de la república, de bancos, de industrias y de empresas para abajo. Sin importar desplazar a los campesinos e indígenas que domesticaron tierras para la producción de pan coger.

Bogotá nunca desarrollo una política lógica y humana para reinventarse, abandonan las edificaciones del centro, con todos los servicios, y se convierten en tugurios, donde llegan los marginados y los desplazados de sus tierras por terratenientes ganaderos, a mendigar tirados en las calles, donde los traficantes los envician y convierten en jíbaros o prostitutas, y las ciudades se corrompen por todos los frentes.

Aquí en Chía no debemos aceptar que ese despelote político y financiero de la planificación, afecte nuestro derecho al aire limpio, a la luz que están negando con edificios de once pisos. Estamos a tiempo de evitar un caos incontrolable, que los destructores calmen su ansiedad capitalista y desarrollen una ciudad vivible, un hábitat digno y sostenible, una ciudad para estudiantes, para la niñez y la vejez, para el trabajo digno, o ¿será mucho pedir?

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2 comments

  1. Carlos Vargas 13 marzo, 2022 at 08:39 Responder

    *Carlos Vargas* Si la Corrupción de nuestros “ETERNOS SALVADORES” no hubiese llegado al LIMITE de traer HAMBRE Y MISERIA a un País DEMOCRATICO RICO Y BELLO con sus Políticas PERSONALISTAS exclusivas COPTANDO todos las Ramas del poder para DELINQUIR ¿Que temor podría existir para pretender cambiar *NO PODEMOS SOLUCIONAR UN PROBLEMA UTILIZANDO LOS MISMOS ELEMENTOS QUE LO HA CREADO* ¿O SI?

  2. Lu 13 marzo, 2022 at 12:05 Responder

    De otra parte no existe PLANEACIÓN, estamos pagando personas que calientan escritorios y no hacen nada por el municipio, por otro lado CONTROL DEMOGRÁFICO y PLANIFICACIÓN FAMILIAR es obligatorio! Esto será un caos dentro 10 años.

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